1. Denominamos “secuestro emocional” a nuestra reacción desproporcionada ante una sobrecarga o mala gestión emocional. En ocasiones, respondemos de forma totalmente emocional a una situación, que cuando observamos a posteriori y desde la calma de forma más racional, la evaluamos de una forma muy diferente a aquella que nos hizo reaccionar así.

Para el fenómeno del secuestro emocional tenemos una explicación cerebral y biológica muy clara. Nuestro cerebro tiene la corteza cerebral, racional y mucho más reciente filogenéticamente, frente al sistema límbico, que se encarga de las emociones y con un origen mucho más antiguo en nuestro desarrollo como especie. Dentro del sistema límbico, tenemos un pequeño núcleo con forma almendrada, la amígdala, que reacciona ante situaciones de peligro o amenaza (ya sea una amenaza real para la vida, o irreal -una amenaza a mi autoestima, a mi orgullo, a mi reconocimiento ante los demás-) de dos posibles formas: la huida o la agresión.

Cuando sentimos una o varias emociones que suponen una amenaza (habitualmente no para nuestra vida) nuestro cuerpo reacciona de forma adaptativa a lo que entendemos una necesidad de supervivencia: nuestros sentidos se agudizan, la circulación se acelera, nuestro corazón late más rápido, se segregan más hormonas en nuestro cuerpo y cerebro… todo ello para llevar a cabo una de las acciones mencionadas antes, huida o agresión La responsable de todo esto, es la amígdala.

De esta manera, si percibimos nuestro entorno como hostil, nuestra amígdala tenderá a la hiperactivación, causando de forma continua cambios físicos como los mencionados anteriormente, y que a largo plazo puede desembocar en enfermedades mentales (depresión, ansiedad…) y físicas (trastornos digestivos, fibromialgia, afecciones cardiacas…).

En el secuestro emocional, podemos decir que no nos da tiempo a utilizar esa corteza cerebral racional y reflexiva. Respondemos de una forma automática, irracional y emocional en cuestión de segundos, sintiéndonos arrepentidos ante esa respuesta desmedida, en una situación que probablemente necesitaba de nosotros una respuesta menos visceral.

Cuando esta amígdala está hiperactivada debemos tomar las riendas y aprender a gestionar cómo nuestras emociones están empezando a afectar a nuestro cuerpo, conducta y relaciones.

Vamos a ver paso a paso qué podemos hacer para empezar con esa gestión:

  1. OBSÉRVATE: ¿Qué es lo que no soportas en tu vida? ¿Qué situaciones/personas te hacen reaccionar así? Es importante analizar las últimas ocasiones en que esto te ha pasado y sobre todo identificar qué emociones se encuentran detrás de esta reacción. ¿Quizá el miedo a la soledad? ¿quizá al rechazo? ¿Sentimientos de invisibilidad, de no ser visto o no ser valorado? Es imprescindible conocer en qué momentos ocurre esto y qué hay detrás de mi reacción.
  2. BUSCA UN MODELO: ¿Conoces alguien en tu entorno que pueda servirte como modelo de gestión emocional? Inspírate en él, aprende, absorbe su autogestión.
  3. SEÑALES CORPORALES: Atiende a qué señales se producen en tu cuerpo cuando estás a punto de “estallar”. ¿Te sudan las manos, aprietas la mandíbula, tu corazón palpita con rapidez? ¿Sientes un nudo en el estómago, se taponan tus oídos, se nubla tu vista? Es importante atender a las señales corporales, pues el cuerpo nos está hablando y nos dicen qué posible reacción va a tener lugar en nuestras emociones. En estos momentos es como si fuéramos un semáforo que del verde pasamos al ámbar, lo cual indica que próximamente vamos a cambiar al color rojo, con lo que ello conlleva. Debemos tratar de volver al “color verde” y que la calma vuelva a nosotros.
  4. INTERRUMPE EL SECUESTRO EMOCIONAL Es el momento de cambiar la atención, distraerte, buscar una estrategia que rompa o alargue con esos segundos que nos llevan a la calma o a la tormenta emocional. Cada persona y cada situación pueden conllevar estrategias distintas: contar hasta 10, centrarme en la respiración, refrescar mi cara, dar una palmada, decir en voz alta una palabra, abrazo de mariposa, autoverbalizaciones positivas….
  5. SI EN ALGÚN MOMENTO FALLO, NO ME CASTIGO, ME PERDONO
    Estás en un proceso de aprendizaje y no será al principio fácil. No castigues tus retrocesos y aprende de ellos, igual que debes aprender a perdonarte a ti mismo, no autocriticarte ni menospreciarte. Entiende que detrás de ti hay toda una historia y una mochila que poco a poco debes descargar.
    Es buena idea anotar los momentos en que estos secuestros tienen lugar así como su intensidad, para ver con el paso del tiempo tus avances. Y sobre todo, piensa que estás en un proceso nuevo, no te desanimes, no pongas tu nivel de autoexigencia demasiado alto y refuerza cada avance y cada paso que des en este aprendizaje de gestión de tus emociones.

psicóloga Sandra González - centro psicologico manuel hernandez

Articulo escrito por Sandra González.